miércoles, 12 de octubre de 2011

La gran comisión: Nuestra sagrada tarea


Si usted mira la televisión por cierto tiempo, es muy probable que vea a un predicador proclamando las Buenas Nuevas. Y si enciende la radio, y pasa de una emisora a otra, encontrará lo mismo. El evangelio está en las habitaciones de los hoteles, en los foros de Internet, en las vallas publicitarias, en calcomanías de vehículos, en seminarios y en estudios bíblicos. A pesar de la moderna proclamación de que “Dios está muerto”, el mensaje de Cristo se agiganta con el tiempo. ¿Por qué razón?
La orden de “id, y haced discípulos a todas las naciones…” fue el último mandamiento de Jesús a Sus seguidores. Antes de ascender al cielo, comisionó a Sus discípulos para que difundieran las Buenas Nuevas, bautizando a los creyentes y “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:20). Hasta las primeras cartas de Pablo y los relatos de los evangelios, estos detalles del cristianismo eran transmitidos verbalmente. Y aunque el pueblo de Dios falló algunas veces, el Señor lo ungió con el Espíritu Santo para esta sagrada tarea. Los testimonios dados el día de Pentecostés hicieron que miles de personas de toda aquella región tuvieran el conocimiento salvador de Jesucristo (Hechos 2:41). En el libro de los Hechos encontramos relatos que detallan los viajes misioneros de varios discípulos. La tradición de llevar el Evangelio a otros países comenzó en aquel tiempo, y no ha cesado hasta hoy.
En tres viajes diferentes, Pablo, uno de los primeros misioneros, se hizo acompañar de personas tales como Juan Marcos y Bernabé, quienes más tarde realizaron sus propios viajes misioneros. Al igual que su Mesías, los que proclamaban el Evangelio eran perseguidos; Pablo sufrió prisiones y la muerte por su fe. En ese tiempo se enviaban misioneros a otras partes desde la Turquía actual e Israel. Estas tierras son hoy campos a los cuales se mandan misioneros.
El trabajo de evangelización ha modificado al mapa cristiano una y otra vez, muchas veces como respuesta a las guerras, a la política y a las luchas internas de la iglesia. Pero el cometido cristiano de compartir la fe nunca cesa. En realidad, el tesoro de la salvación es tan grande que muchos han sufrido de manera voluntaria para llevarlo más allá de sus fronteras.
La conversión del emperador Constantino en el año 313 d.C. puso fin a tres siglos de abierta persecución a los cristianos. Gracias al reconocimiento del gobierno de Roma, el cristianismo progresó a grandes pasos hasta convertirse en una religión en todo el imperio y, algunos siglos después, partes de la Escritura fueron traducidas al inglés. Aunque John Wycliffe terminó la traducción del Nuevo Testamento en 1380, la elaboración de los ejemplares era una labor agotadora debido a que cada libro tenía que copiarse a mano. Lo que hacía muy costoso el adquirirlos.
Sin embargo, con la creación de la primera imprenta, Johannes Gutenberg cambió dicho inconveniente. Para demostrar la importancia de su invento, imprimió toda la Biblia, haciéndola así más accesible. Desde entonces, el Evangelio se ha proliferado en todo la tierra. En el presente, casi todo el mundo tiene acceso a las Escrituras. Pero junto con ese privilegio está también una gran responsabilidad, dada por Jesús: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19, 20).
Para cumplir con este mandato, debemos primero apropiarnos del reto. Después, debemos rendirnos por completo para ser utilizados por Dios. Por último, debemos ponernos a Su servicio, como mensajeros en la tarea de hacer discípulos en todo el mundo.
HEMOS RECIBIDO UN MANDATO
¿Cuál cree usted que es el propósito para su vida? Mucha gente diría que es disfrutar la vida o quizás ser buenas personas. Otras pudieran estar soportando circunstancias tan difíciles, que su principal objetivo es la supervivencia. Algunas pudieran sentir que tienen una misión que cumplir. Lamentablemente, son muchas las personas que no tienen un verdadero propósito en la vida, y lo que logran carece de valor duradero. Pero cualquier creyente que entiende lo que es la vida cristiana, deseará cumplir el plan de Dios para su vida. Y a todos los seguidores de Cristo se les ha dado la tarea de compartir el Evangelio.
Piense en lo mucho que Dios ha invertido en usted. Piense en cómo ha dado a cada uno de Sus hijos dones y capacidades específicas para poder actuar en y a través de nosotros, para tocar a otros y para profundizar nuestra relación con Él. Dios tiene un plan para cada creyente, y cuando lo descubrimos ya no tenemos que perder tiempo buscándolo en vano; comenzamos a vivir la vida con un propósito claro y específico. El Señor quiere impactar poderosamente a quienes nos rodean. En el capítulo 5 del Evangelio según Mateo, Él nos da el mandato: debemos ser la sal de la tierra y la luz del mundo (vv. 13, 14).
EL MANDATO REQUIERE ENTREGA
Para poder hacer esto, Cristo tiene que ser nuestra primera prioridad. El llevar a cabo esa tarea requiere dejar que alguien tenga el control de nuestras vidas. Los verdaderos discípulos dejan que Cristo viva Su vida a través de ellos. Jesús advirtió que esta opción tenía un alto costo, y por eso aconsejó a Sus seguidores que pensaran antes lo que eso involucraba (Lucas 14:28-32). En realidad, el Señor habló claramente de un gran “precio”. “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26). La palabra griega traducida como “aborrecer” significa en realidad “amar menos”. Es decir, somos capaces de ser discípulos de Jesús sólo cuando nuestro amor por Él sea mayor que nuestro apego a las cosas más preciosas para nosotros, y que le obedezcamos aun a costa de ser incomprendidos. La Biblia no da a entender en ninguna parte que la vida cristiana sea fácil, o que nuestros amigos o parientes estarán de acuerdo con nosotros. En realidad, nuestra vida de fe puede ser un proceso doloroso.
Notemos lo que Jesús necesitó de Sus seguidores: los llamó a dejar su actividad para que le siguieran (Mateo 4:20; 9:9). ¿Qué cree usted que pensaron los padres de Mateo, Andrés o Pedro en cuanto a eso? Probablemente no se sintieron muy entusiasmados. Muchos padres cristianos me han dicho: “Quiero que mis hijos obedezcan al Señor, siempre y cuando no tengan que servirle en el extranjero”, o “Quiero que Dios use a mis hijos, pero de ninguna manera que los llame al ministerio”. Desde el punto de vista de Jesús, no hay ninguna condición que sea aceptable; no hay ningún “si…”, “pero…” o “a menos que…” que podamos agregar a nuestra decidida lealtad a Él. Es decir, nuestra lealtad tiene que poner a Cristo por encima de todas las personas y de todas las cosas, cueste lo que cueste.
EL MANDATO REQUIERE SERVICIO
Mucho del mundo cristiano se ha vuelto tan opulento, y la iglesia ha caído en una debilidad tal, que el discipulado simplemente no coincide con nuestra manera de pensar. Pero recordemos que Dios nunca nos pedirá que hagamos algo que contradiga las Escrituras o que no sea consistente con la vida de Jesús. La tarea que Él nos da puede parecer ridícula ante los ojos del mundo, pero será totalmente compatible con las enseñanzas de la Biblia.
Si usted le ha dicho alguna vez a Dios que quiere obedecerle, pero le pone condiciones a esa obediencia, Él no bendecirá su disposición. Ya sea que usted vacile por no querer herir los sentimientos de alguien, o por temor a la persecución, mientras usted se mantenga en el lado equivocado de la obediencia no será un seguidor leal de Jesucristo, y Dios no podrá desarrollar al máximo el potencial de su vida. Sólo cuando decimos finalmente: “De acuerdo, Señor, estoy dispuesto”, Él nos devuelve la paz.
Cuando Jesucristo utiliza la palabra “discípulo”, está hablando de seguirle a Él, lo cual involucra la disposición de dar cualquier paso que el Señor requiera, incluso si las consecuencias resultan severas. En Lucas 14:27, Jesús dice: “El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. La gente muchas veces se refiere a alguna enfermedad física o sufrimiento como su “cruz”, pero eso no es lo que este versículo significa. En el primer siglo, la cruz era un instrumento de ejecución; uno entendería muy fácilmente el significado, si el versículo dijera: “El que no lleva su ataúd…” Lo que Jesús está diciendo es que sus discípulos tienen que escoger a la muerte por encima de su propia vida, y unirse a Él. Llevar nuestra cruz habla también de la disposición a sufrir dolor, persecuciones y el oprobio por causa de Cristo. No se refiere a sufrir críticas y reproches por nuestro pecado, sino más bien a soportar el rechazo que glorifica al Dios vivo.
Hágase esta pregunta: ¿A qué estoy apegado? No hay nada de malo en disfrutar de relaciones o de las cosas que tenemos, siempre y cuando las cosas materiales y los apegos emocionales no sean más importantes que el Señor. Un genuino seguidor de Jesucristo hunde muy superficialmente sus raíces en el mundo. Usted y yo debemos estar dispuestos a hacer todo lo que Dios diga, e ir donde Él nos dirija, no importa lo que el Señor decida.
Para ser discípulos del Señor, debemos desprendernos de este mundo y unirnos a Cristo, no a las posesiones materiales, a las ideologías o las relaciones. Debemos seguir a Jesús sin importar el costo, aunque eso signifique no aceptar un ascenso profesional o la ruptura de una relación. Si usted no es promovido en su trabajo por obediencia a Dios, sin duda alguna el Señor le promoverá en el momento que Él tenga decidido hacerlo. Y cuando lo haga, el resultado será mucho mejor.
Lucas 14:33 dice: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”. Debe haber un momento en su vida, cuando diga: “Señor, todo es Tuyo. Haz con mi vida lo que Tú quieras”. La verdadera pregunta no es: ¿Cuánto tiene usted? sino: ¿Cuánto tiene Dios?
Los discípulos del Señor no pueden contemporizar con el mundo; vivir practicando el pecado y seguir la cruz de Cristo son extremos totalmente opuestos del espectro. ¿Desea usted ser un discípulo del Señor? La Biblia muestra una forma de proceder muy clara: esté dispuesto a obedecer Su sagrada tarea, apártese de sus preocupaciones mundanas y únase a sus hermanos y hermanas en Cristo en la Gran Comisión.
La tecnología nos ha dado medios sin precedentes para la difusión del Evangelio de Jesucristo, y tenemos el claro mandato de hacerlo. Nuestro mundo ha cambiado mucho, pero nuestro mensaje sigue siendo el mismo. La orden de Mateo 28:19 de “id, y haced discípulos a todas las naciones” es tan pertinente hoy como lo fue hace dos mil años.
Charles Stanley.

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