martes, 25 de octubre de 2011

CUANDO EL DOLOR NOS LLEGA

“Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz.  En el mundo tendréis aflicción;  pero confiad,  yo he vencido al mundo.”(Juan 16:33)
Hablar del dolor en la Iglesia Cristiana se ha convertido en un tema tabú. Al no ser un tema que “vende” el cristianismo, nos hemos dedicado a hablar del Dios bendecidor que todo nos da, que abre las puertas de los cielos para nosotros y que solo las cosas buenas nos seguirán. Incluso se ha llegado a decir que si algo nos pasa que sea malo debemos reprender al enemigo, o declarar que eso no me tocara, u ordenarle al espíritu que trae la maldad que se vaya.
La pena más grande que yo siento es cuando la gente se va de las iglesias defraudadas, porque algo malo les pasó y no estaban preparados, de hecho, pensaron que al volverse cristianos, habían comprado una especie de “póliza de vida feliz”, y que Dios se ocuparía de darle una vida de felicidad terrenal mientras permanezca cercano a la iglesia a la que asiste, y sea fiel con sus diezmos.
No vemos prédicas sobre Jn.16:33 donde dice, “En el mundo tendréis aflicción” y donde se nos diga que hacer en los momentos en que ésta llega como la muerte inesperada de un padre, hijo, o la quiebra repentina, o la enfermedad terminal de un ser querido.
No, lo que observamos es prédicas de un mundo de felicidad total, de pactos para mejorar mi situación económica, de ángeles haciendo coro mientras se graba un disco cristiano, de oro cayendo del cielo, y muchos otras cosas que nada tienen que ver con una realidad incontrastable: En este mundo todos vamos a sufrir en algún momento y Dios no nos ha prometido evitar que nos suceda.
Para probarlo bastaría la cruz. Hay alguna realidad más contrastante con esta “teología” que el ver a nuestro Señor caminar hacia ella, mientras lo único que pensaba era como este momento de dolor terminaría glorificando el nombre de Dios. ¿Estaba acaso Cristo pensando en que solo tenía 33 años y una vida por delante?, o tenía claro que el propósito de su vida era que esta reflejara la gloria de Dios Padre y por tanto haría lo que fuera necesario para llegar a esa meta.
La pregunta de hoy debe ser ¿Cuánto mide tu Dios?, y es que a veces este Dios al que decimos servir realmente lo que parece es que nosotros le ordenamos o le demandamos. Claro está, no lo decimos así, sino que decimos “declara bendición sobre tu vida” o cosas de ese estilo, que en realidad lo que dicen es “Señor estemos claros, yo sé lo que es mejor para mi, y eso es vivir cómodo en esta Tierra, así que yo te digo lo que necesito y tú me lo das”.
El Dios del que nos habla la Biblia está interesado en lo que El quiere (que claro es lo mejor para nosotros) no en lo que yo pienso en mi limitado entendimiento que es lo mejor. El no siempre cambiará nuestras circunstancias, a veces callará de amor, pero siempre estará con nosotros.
El dolor es el megáfono que les dice a los demás mi real posición ante Dios. Deja ver si yo realmente creo en El y tengo paz en El mientras estoy en la aflicción, o si realmente en lo que creo es en mi propio bienestar y que solo creeré en El siempre y cuando eso sea lo mejor para mí y El me evite problemas y sufrimientos.
Me encanta las palabras del apóstol Pablo hablando de la cruz “La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien,  siendo por naturaleza  Dios,  no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario,  se rebajó voluntariamente,  tomando la naturaleza  de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre,  se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte,  ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,  para gloria de Dios Padre. (Fil.2:5 al 11)
Mientras Cristo sufría la muerte mas tremenda su megáfono declaró que nunca dudó de la bondad de Dios Padre y que lo único que quería era dar gloria y honra a su nombre.
La próxima vez que suframos un dolor que va a decir nuestro megáfono “Señor, ¿por qué a mí?, ¿qué te he hecho para que me hagas esto?” o va a decir “Señor no entiendo lo que pasa, pero sé que me amas y que un gran bien saldrá de este dolor, porque eso es lo que me muestra la mayor tragedia de todas: la cruz del calvario”

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